miércoles, 8 de julio de 2009

Quinto Dragón: " Ser"

El conocimiento del “ser” inicia en el individuo. Esto se debe a que al hablar del “ser” se hace referencia a la existencia de facto que uno genera en un espacio y momento determinados. A pesar de que estos dos elementos resulten ser relativos (tiempo y espacio), eso no significa que la existencia lo sea. Es decir que cuando Descartes se pregunta “¿existo?” Rápidamente se responde a si mismo: “pienso, por lo tanto existo”. Esto significa que el primer conocimiento del “ser” es respondido por el individuo mismo. Su conciencia de existencia afirma su existencia.
Esto nos lleva a afirmarnos como individuos. Porque al ser único, lo que realmente podemos afirmar es que somos una unidad. Un “ser” indivisible. La complejidad se presenta cuando la unidad, el individuo, representa a su vez una diversidad, puesto que está formado por partes individuales, que a su vez están formadas por partes individuales y que dicho ejercicio puede ser llevado a nivel sub atómico. Aquí es donde la conciencia sirve para delimitar al “ser”. ¿Cómo puede ser indivisible, si a su ves esta formado de diversas piezas? La conciencia misma responde a esa pregunta. “Soy” implica una frontera que divide al ser único de cualquier cosa que no sea él mismo, y a su vez marca hasta donde la creatura es la creatura, desde su partícula mas pequeña hasta su representación total. No importa cuantas piezas se pierdan mientras esta representación total siga presente en la conciencia del ser. Esta ultima representación es el “Yo”.
No me refiero totalmente al “Yo” representado por Freud. Sino a la totalidad que represento hasta el punto que me distingo de el “otro”. Este fenómeno se reproduce en cada ser humano que pisa el planeta. De manera consiente o inconsciente, el “Ser” se demuestra “individuo” y este a su vez se delimita en su “Yo”. Por lo tanto al decir “Yo soy” es la manifestación mas grande que tiene el ser humano de autoconciencia y, por ende, de humanidad.
Cuando alguien diga, “Yo Soy Tuyo”, y realmente lo sienta, realiza la entrega más grande que puede darse en la existencia humana. Si lo dice y no lo siente es un hipócrita, hereje a la humanidad y blasfemo ante los hombres. Merece una pira tan grande que su humo apague las estrellas.
Deberíamos de reflexionar como humanos el poder de nuestras palabras en relación a nuestra conciencia. De esa manera hablar en nuestro nombre (Yo) adquiriría la magnitud real que tiene. La lengua seria la verdadera lanza de Longinus. Y si un día nos encontramos sobre la flama sabríamos que es porque atentamos contra el “ser”, y acomodaríamos nuestros propios leños.